domingo, 4 de abril de 2010

"Dar el salto sin temor a caer"

Sueño mucho con el mar. No es un sueño agradable y eso que uno de mis deseos para cuando sea ya una viejecita es vivir de cara al mar.
Me siento aprisionada en el sueño. Me envuelve su oscuridad, su leve movimiento me inmoviliza y todo mi ser queda quieto, atemorizado e incapaz de huir.
Sus aguas se revuelven. Al principio acompasadas, al son de una melodía suave para poco a poco ir cogiendo un ritmo cada vez más frenético y temible.
Me veo mirando, tiemblo y siento como mi corazón se acelera, pero quedo quieta.
La oscuridad ocupa ya toda la totalidad del sueño.
La dulce melodia de las aguas meciéndose ya no es. Ahora es un rugido el que surge del mar y levanta olas fuertes y violentas que avanzan comiéndose la tierra.
Estoy acurrucada, encogida, pegada a una especie de roca, quizás fuera acantilado que no sé en qué momento apareció. Puede que estuviera desde el principio y yo no lo ví.
Me aferré a él y sentí su protección. Me refugié y el mar no pudo llevarme con él pero sentí su fuerza queriendo engullirme y así, con tanto miedo y angustia, desperté.

2 comentarios:

alejandro pastor dijo...

Coincido contigo en tus planes de jubilación.A algunos les gustará ir a ver obras...a mí caracolas y algas en la arena.

No concibo, salvo el del amor, un sueño mejor que el que proporcina el mar.Gracias por traerme olas a esta ciudad tan seca...

Teresa dijo...

¡Qué bien que fue un sueño! Qué mal tener esas sensaciones de miedo en la realidad, cuando sabes que no es un mal sueño, sino que es la realidad la que te engulle. Cuando la realidad te empuja a dar el salto, pero tienes un enorme miedo a caer. Cuando la realidad te dice que ya está bien, que ya es hora de cambiar, aunque no sepas si vas a mejorar, si echarás de menos hasta la infelicidad. Esa infelicidad que te ha embargado y rodeado tanto tiempo, pero de la que eres más consciente ahora. Porque cuando la infelicidad es tu estado natural, te adormece y te hacer no ver lo que tienes delante, porque no has conocido otra cosa y crees que sólo eso es la vida: tu vida. Que no hay más opciones.

De pronto un día, algo te hace ver otra realidad, otra vida, y quieres aspirar a ella, pero ves tantos obstáculos que el miedo se hace sitio y se apodera de la situación y de tí.

Ahora la mezcla es explosiva: infelicidad, miedo, inseguridad, conciencia, ilusiones renovadas, ganas de vivir... todo tan mezclado que no sabes para donde tirar. Sí lo sabes, pero te da miedo, porque no estás sola -aunque lo sientas tantas veces- y con tu salto al vacío, otras personas muy importantes para tí se verán arrastradas para siempre. Entonces otro enemigo hace su aparición estelar: la culpa.

¿Cuando acabará la pesadilla? No es un mal sueño, es la vida y hay que vivir y mover pieza. La hora de decidir está aquí, y la decisión es mía, sólo mía. Por muchas opiniones y consejos bienintencionados que reciba, me corresponde a mí el siguiente movimiento y me temo que no va a dejar la partida en tablas. La vida nunca lo hace.