domingo, 4 de abril de 2010

"Dar el salto sin temor a caer"

Sueño mucho con el mar. No es un sueño agradable y eso que uno de mis deseos para cuando sea ya una viejecita es vivir de cara al mar.
Me siento aprisionada en el sueño. Me envuelve su oscuridad, su leve movimiento me inmoviliza y todo mi ser queda quieto, atemorizado e incapaz de huir.
Sus aguas se revuelven. Al principio acompasadas, al son de una melodía suave para poco a poco ir cogiendo un ritmo cada vez más frenético y temible.
Me veo mirando, tiemblo y siento como mi corazón se acelera, pero quedo quieta.
La oscuridad ocupa ya toda la totalidad del sueño.
La dulce melodia de las aguas meciéndose ya no es. Ahora es un rugido el que surge del mar y levanta olas fuertes y violentas que avanzan comiéndose la tierra.
Estoy acurrucada, encogida, pegada a una especie de roca, quizás fuera acantilado que no sé en qué momento apareció. Puede que estuviera desde el principio y yo no lo ví.
Me aferré a él y sentí su protección. Me refugié y el mar no pudo llevarme con él pero sentí su fuerza queriendo engullirme y así, con tanto miedo y angustia, desperté.